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Y QUE TODO TENGA UN NOMBRE NUEVO, GUILLAUME APOLLINAIRE

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Y que todo tenga un nombre nuevo, antología poética de Guillaume Apollinaire, coedición Griselda García-Ed. del Dock, Buenos Aires, 2019.

Selección, prólogo y traducción: MF

 

Treinta y ocho años de vida y dos libros de poemas fueron suficientes para que Guillaume Apollinaire dejara una obra fundamental para la literatura: Alcoholes, aparecido en 1913, y Caligramas, de 1918. "Zona", el poema que abre el primer libro, se puede leer no solamente como manifiesto de toda su obra sino de gran parte de la poesía moderna. Por sus datos biográficos, podemos dividir su vida como una naranja luminosa en dos mitades simétricas de diecinueve años cada una.

Guglielmo Alberto Wladimiro Alessandro Apollinare de Kostrowitzky -nombre con el que fue bautizado- nació en Roma en 1880. Nunca se supo bien quién fue su padre, quizá un noble o un oficial italiano. Su madre, Angélica de Kostrowitzky, de origen polaco, era hija de un alto funcionario vaticano. Los idiomas de la primera infancia de Apollinaire fueron el polaco y el italiano, que aprendió a leer y escribir. Pronto la madre se va de Roma llevándose a Guillaume y a su hermano, dos años menor, y los tres recorren un camino errático: Bolonia, Mónaco, Cannes, Niza, Aix-les-Bains y Lyon. Sin padre, sin patria y sin plata, los hermanos pasan por diferentes internados católicos, mientras ella se gana la vida bailando con los clientes de los casinos. De joven, Apollinaire era buen alumno y gran lector. Se acostumbró a frecuentar las bibliotecas, donde leyó a los clásicos, a Villon y toda la poesía francesa del siglo XIX, además de apasionarse por la historia, especialmente de la Edad Media, y por temas diversos y raros que le darían fama de erudito, como los acrósticos y enigmas, la literatura coreana o la hebrea o la escritura ideogramática.  “No sería exagerado insistir en la importancia del bagaje poético que Apollinaire se constituyó antes de sus veinte años; vocabulario, ritmos, imágenes, trazos de sensibilidad, visión del mundo (...) Ahí está el germen de toda su obra futura” (Michel Décaudin[1]).

La segunda mitad de la historia empieza en 1899, cuando los tres se instalan en París. El joven Kostrowitzky, que ya había garabateado algunos poemas con el seudónimo de Guillaume Macabre y quería ser periodista, empieza a escribir poemas y relatos y se da su nombre definitivo: Guillaume Apollinaire. El mal amado empieza a cantar sus penas en poemas con nombre de mujer: Mareye, Annie, Clotilde. Varios trabajos precarios no solucionan el problema de su pobreza. Publica sus primeros textos en revistas y conoce a Alfred Jarry y a André Salmon, con quien funda la revista Festin d’Esope, y a Max Jacob. A partir de 1904 empieza a relacionarse con algunos pintores: Derain, Vlaminck, Rousseau, Delaunay y Picasso, de quienes se hace amigo. Escribe los catálogos de sus exposiciones y artículos de crítica para diferentes publicaciones. Conoce a Marie Laurencin, también pintora. La relación entre ellos dura cinco años y parece haberle servido como impulso para poner a su poesía en un camino de renovación que ya no va a abandonar, y termina en 1912, cuando ella sí lo abandona. Al año siguiente aparece Alcoholes con dos cambios de último momento que muestran sus búsquedas y las conclusiones a las que iba llegando: nuevo título que elimina un resto de simbolismo (iba a llamarse Eau de vie, Aguardiente) y la puntuación totalmente suprimida en las pruebas de imprenta. Como todas las innovaciones artísticas, esta ausencia de puntuación, que provocó asombro y rechazo, es relativa, ya que tiene antecedentes. Pero para Apollinaire el ritmo y el corte de los versos eran la verdadera puntuación, y no hacía falta otra. Las búsquedas de sus amigos cubistas están presentes en estos poemas donde cada verso se vuelve una imagen suelta, facetas planas que van a disponerse según diferentes ángulos para formar el poema. “No son solamente nuevas técnicas, es una belleza moderna que él ve hacerse y que sueña con trasladar a la poesía. Pronto serán los poemas conversación, los poemas simultáneos, los ideogramas. (...) Pero sabemos que Apollinaire sólo innova conservando. Por eso no hay ruptura entre sus versos elegíacos más cuidadosamente modulados y las búsquedas que podrían parecer más contrarias a la tradición francesa, sino incesantes variaciones que componen las dos fórmulas; el poeta oye sus versos más que verlos o someterlos a una regla: cierto tono de la recitación oral es su medida común.” (Décaudin)

En 1914 se enroló como voluntario para la guerra con el fin de obtener la nacionalización francesa. Tres años antes había sido acusado de un robo al Louvre, experiencia en la que se basa "En la Santé" y la prensa lo había maltratado por ser extranjero. Eran épocas de exaltación nacionalista furiosa en Francia. Pelea en la artillería y después en la infantería. Participa en la segunda ofensiva de Champagne, donde otro amigo suyo, el escritor Blaise Cendrars, perdió un brazo. En marzo de 1916 lo naturalizan francés por decreto y ocho días más tarde la explosión de un obús agujerea su casco y lo hiere en la cabeza. Tienen que someterlo a una trepanación, operación que consiste en perforar el cráneo para alcanzar la cavidad craneal. Recibe la Cruz de Guerra de rigor. De esa época es su clásica foto con la venda dándole vueltas a la cabeza. La convalecencia es larga. Hay nuevos nombres de mujeres en sus títulos: Lou, Madeleine y por último “La linda pelirroja”, Jacqueline Kolb, con quien se casa en mayo de 1918, con Picasso de testigo, un mes después de la aparición de Caligramas. El libro, subtitulado Poemas de la paz y de la guerra, es otro paso adelante en la lucha entre la vida y la muerte del lenguaje, en la que él proclama “La victoria”. “En cuanto a los Caligramas, son una idealización de la poesía de verso libre y una precisión tipográfica en la época en que la tipografía termina brillantemente su carrera, ante el nacimiento de los nuevos medios de reproducción que son el cine y el fonógrafo”, le escribe a su amigo André Billy. Uno de los grandes logros de Apollinaire fue el de comprender poéticamente la importancia de la aparición de medios  como el cine, la radio, el fonógrafo, la publicidad, el teléfono. La voz que suena en Caligramas, a diferencia de muchos poemas de Alcoholes, ya no muestra al poeta inmóvil mientras a su alrededor el agua corre, las mujeres se alejan y el tiempo pasa llevándose la noche, su juventud y la vida, sino abriendo ventanas luminosas, afirmado en la fraternidad soldadesca y cantando el himno paradisíaco del porvenir. Seis meses después de su casamiento, ascendido a teniente, murió víctima de la epidemia de gripe española de 1918.

La mayoría de los textos de este libro pertenecen a Alcoholes y Caligramas. Unos pocos, como el muy antiguo “Aurora de invierno”, “Pablo Picasso” y “Aciano”, a sus libros póstumos: Hay, Poemas a Lou y El centinela melancólico.

Cada poema de Apollinaire, según él mismo, conmemora un momento de su vida. Quizá por eso este prólogo, breve a la hora de presentar una obra tan poderosa, abunda en datos biográficos. Quizá sólo sea una manera de bajar el volumen de mi propio entusiasmo y dejar que aparezcan con la mayor fidelidad posible, como también traté de hacerlo en la traducción de los poemas, la imagen y la voz siempre vivas de Guillaume Apollinaire.

Por último, un recuerdo agradecido para el poeta Javier Adúriz, que me encargó la realización de esta antología hace casi diez años para una colección que él dirigía y que quedó interrumpida tras su muerte. Sin su confianza, su calidez, sus conocimientos del arte poético y su apoyo, este libro no habría sido posible.

 

[1] Michel Décaudin, Le dossier d’Alcools, ed. Droz, Ginebra, 1996.

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