MARIANO FISZMAN
CONTRA SAINTE-BEUVE, MARCEL PROUST
Contra Sainte-Beuve, Marcel Proust, ed. Losada, 2011.
Traducción y prólogo: MF
A la sombra de ese monumento imponente que es En busca del tiempo perdido, los otros libros de Marcel Proust llevan una vida retirada y más o menos anónima, como soldados que supieron sacrificarse por el triunfo de una causa superior. Pero al acercarnos a ellos vemos que son brillantes, y que sólo el genio de Proust y las necesidades de creación de una obra como la suya justifican que los haya podido considerar imperfectos, y abandonado como esbozos fallidos de la gran pintura final. A lo largo de los años que pasaron entre la publicación de un primer libro de juventud, Los placeres y los días, en 1896, y Por el camino de Swann, en 1913, Proust publicó apenas algunos artículos aislados y dos traducciones de Ruskin, y se hizo en sociedad y hasta para sí mismo una figura de diletante incapaz de producir, mientras seguía recorriendo el camino hacia su obra: entonces escribió Jean Santeuil (una novela de más de mil páginas que rehizo varias veces), Sobre la lectura (largo prólogo a sus traducciones de Ruskin, un trabajo de años), los Pastiches y Contra Sainte-Beuve.
En ese trayecto, Contra Sainte-Beuve fue la última estación antes de llegar a En busca del tiempo perdido. Lo había empezado a fines de 1908 y lo abandonó un año más tarde, cuando todo el material en el que llevaba años trabajando se le impuso con la forma de la novela a escribir, cuyas primeras páginas datan de julio de 1909. Aquí encontramos a los personajes de la novela con su aspecto casi definitivo: el narrador y su madre, los Guermantes con otro título de nobleza, Françoise que por momentos se llama Felicie, Charlus como Quercy, Saint-Loup como Montargis, Gilberte como madame de Cardaillec, Jupien de portero, además de Combray y sus dos caminos, los campanarios de la iglesia, sus vitrales, el árbol de Jessé, las genealogías, los paseos, los trenes, las muchachas en flor, Sodoma, el artículo en el diario, y no sólo todos esos personajes y temas, sino escenas, líneas de diálogos y hasta párrafos enteros, en especial en los primeros capítulos, además de su escritura, “esa melodía que lo perseguía con su ritmo huidizo y delicioso”. Pero sobre todo, lo que Proust encontró al escribir este libro fue, a través de la crítica a Sainte-Beuve y de sus lecturas de Baudelaire, Balzac y de Nerval, su propia definición de lo que tiene que ser la literatura, y los fundamentos de su obra. A diferencia de lo que le reprocha a Nerval, y por momentos también a Baudelaire, a los que ve “creando su forma artística al mismo tiempo que su pensamiento”, Proust establece en Contra Sainte-Beuve las reglas según las cuales va a componer En busca del tiempo perdido.
Publicado por primera vez en 1954, treinta y dos años después de su muerte, Contra Sainte-Beuve mezcla ensayo y ficción, y sus diferencias de estilo responden a los cambios por los que fue pasando su idea del texto a medida que lo escribía. En principio, Proust pensaba hacer un ensayo clásico al estilo de Taine sobre El método de Sainte-Beuve, que es el primer capítulo que escribió. Sainte-Beuve fue un poeta, novelista y crítico, más tarde académico y hasta senador, pero más que nada “el” crítico literario del siglo XIX francés. Su palabra, propagada a través de artículos en la prensa y comentarios en los salones, era la medida del buen gusto y la corrección. Inspirado por los grandes naturalistas de la época, Sainte-Beuve se propuso crear una historia natural de los intelectos, para lo cual inventó este método que consistía en tratar de comprender y juzgar a una obra según la biografía de su autor. La crítica principal de Proust se basa en que “un libro es el producto de un yo diferente al que manifestamos en nuestras costumbres y en sociedad”, y por lo tanto “interrogar ávidamente, para entender a un poeta o a un escritor, a quienes lo conocieron, a quienes lo frecuentaban, etc.” no puede decirnos nada sobre él. “¿En qué el hecho de haber sido amigo de Stendhal permite juzgarlo mejor?”, dice Proust. “En ningún momento Sainte-Beuve parece haber entendido lo que hay de particular en la inspiración y el trabajo literario, y lo que lo diferencia completamente de las ocupaciones de los otros hombres y de las otras ocupaciones del escritor”.
Después de escribir este capítulo y el que se presenta como Conclusión, cansado del estilo ensayístico (“no dejar este estilo horrible” acota en un momento), aparentemente Proust decidió darle al texto la forma de un diálogo con su madre, que había muerto tres años antes, en el que conversarían sobre los autores acerca de los cuales quería escribir. Antes redactó el Prólogo, donde aparecen las dos imágenes que van a abrir y a cerrar En busca del tiempo perdido (el pedazo de pan remojado en té y la sensación del pie sobre los adoquines desiguales), y cuya primera frase: “Cada día valoro menos la inteligencia”, lo sitúa de entrada en la vereda de enfrente de Sainte-Beuve, al sostener que en literatura la inteligencia tiene un valor inferior a los secretos del sentimiento: “Al lado de ese pasado, esencia íntima de nosotros mismos, las verdades de la inteligencia parecen muy poco reales”.
La imagen del escritor joven que una mañana recibe el diario en el que por fin han publicado su artículo relaciona al narrador con Sainte-Beuve, introduce al personaje de la madre, que le lleva el diario a la cama, y justifica los capítulos previos al amanecer. Al final del diálogo (ante el tocador de ella, mientras Françoise le tira un poco del pelo al peinarla y están por llegar las visitas, porque es el día en que “recibe”), una vez que él le comentó su idea para el futuro ensayo: “–El tema sería: contra el método de Sainte-Beuve. –¡Cómo, y yo que pensaba que era tan bueno! En el artículo de Bourget que me hiciste leer decía que era un método tan maravilloso que no se encontró a nadie en el siglo XIX para aplicarlo. –Es verdad, sí, decía eso, pero es una estupidez”, ya puede empezar a escribirlo.
La lectura que hace Proust saca a Gérard de Nerval del lugar erróneo en que lo ponía entonces la crítica (por un lado desvalorización de su poesía, por otro, alabarla como ejemplo del gusto francés, estilo sereno, límpido, medido, etc.) y resalta aspectos que él va a tomar para su novela: el ensueño, la realidad de las ilusiones y la capacidad del poeta de “captar, iluminar matices turbios, leyes profundas, impresiones casi inasibles del alma humana”. El capítulo dedicado a Baudelaire es una buena muestra de cómo un gran escritor lee a otro al que admira y ama, las cosas en las que se fija, los detalles que lo emocionan. Aquí la saña contra Sainte-Beuve es proporcional a la indignación que le provoca que no haya valorado lo suficiente semejante obra y a ciertas bajezas personales. De Balzac, al que Proust no quiere tanto como a los otros dos, y al que le reprocha su vulgaridad y falta de estilo, aunque tiene la lucidez suficiente para entender que ésta es funcional a su fuerza, vemos cuánto valora su creación de la gran novela que engloba a todas y el invento de los personajes que reaparecen, ideas geniales que Sainte-Beuve nunca entendió, y que Proust no sólo elogia sino que va a adoptar para su obra.
Pero después de estos capítulos, nuevo giro. La escritura ensayística vuelve a agotarse, la ficción exige su lugar, de pronto parece que la idea de Proust es relacionar a estos escritores con los personajes de la novela y entonces escribe sobre el Balzac de monsieurs de Guermantes y de Quercy, por ejemplo, o el de la marquesa de Cardaillec. El personaje del marqués de Quercy-Charlus da pie a un capítulo sobre la homosexualidad donde, a la sorpresa por el descubrimiento de la condición del marqués (“¡Había entendido, era una mujer!”) le sigue la que según George Painter, su biógrafo, es la frase más larga escrita por Proust (nada menos) en todos sus libros, sobre las debilidades, bajezas y sufrimientos de esa Raza maldita. Pero Contra Sainte-Beuve ya estaba quedando atrás, invadido o invalidado para él por En busca del tiempo perdido, y los dos capítulos siguientes se deshilachan entre genialidades y situaciones que volveremos a encontrar pero ya en esa otra realidad que es la novela, una escena familiar muy simpática en Combray y un último diálogo conmovedor con la madre donde hablan de su separación y de la muerte. Punto final para un gran libro y comienzo de otro inconmensurable.