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VIDAS IMAGINARIAS, MARCEL SCHWOB

Vidas imaginarias, Marcel Schwob, ed. Losada, 2010

Traducción y prólogo: MF

 

 

Marcel Schwob nació entre libros en 1867. Su padre era un utopista que escribía y frecuentaba los círculos literarios. Las raíces de la familia de su madre llegan hasta los Cruzados. Marcel publicó su primer artículo a los once años en el diario Phare de la Loire de Nantes, que era del padre. Las institutrices ya le habían enseñado el alemán y el inglés, y a los catorce años estudiaba en París y vivía allí con su tío, bibliotecario de la Mazarine, una de las mejores de Francia. El tío había viajado por Siria, Asia Menor y el Eufrates y escribía novelas históricas de aventuras bien documentadas. Le transmitió a Marcel el gusto por la obra de Villon, poeta del siglo XV conocido por su vida criminal y su uso literario del argot. En el Liceo Louis le Grand, fue compañero y amigo de otros futuros escritores, Paul Claudel y Léon Daudet. Judío políglota, sobresalía en lenguas, era erudito y no muy estudioso. Más tarde estudió filología y sánscrito. Escribió numerosos poemas y los destruyó, escribió cuentos, descubrió La isla del tesoro y toda la obra de Stevenson, al que admiraría siempre. En el servicio militar amplió sus conocimientos del argot popular. Estudió con de Saussure en la École des Hautes Études de París. Hizo investigaciones históricas y lingüísticas y escribió un Estudio sobre el argot francés, notas sobre París y artículos de crítica literaria, muchos sobre Stevenson, con quien mantuvo correspondencia.

Esos primeros veintitrés años fueron de estudio, lectura y absorción. En los cinco siguientes, Schwob iba a escribir y publicar casi todos sus libros. Libros de cuentos, que primero habían sido publicados en diarios, como Corazón doble, dedicado a Stevenson, y El rey de la máscara de oro. Mimos, sobre textos de la antigüedad griega. El libro de Monelle, un largo relato poético inspirado por Louise, su amante, una muchacha pobre que a pesar de los cuidados de Schwob murió de tuberculosis a fines de 1893. Dicen que ese dolor lo marcó para siempre. Aparecen los primeros síntomas de una enfermedad estomacal misteriosa. Se habla de opio y de éter. Otro relato, La cruzada de los niños, y en 1895 Vidas imaginarias, el libro que concentra todas sus lecturas y sus búsquedas de escritor.

En principio, Vidas imaginarias se limita a contar la “vida de algunos poetas, dioses, asesinos y piratas, así como de varias princesas y damas galantes...”. Pero no lo hace a la manera convencional de los biógrafos, que sólo apreciaban “la vida pública o la gramática”, “las ideas de los grandes hombres”, y aquellos puntos en que sus vidas “se unieron a las acciones generales”, sino de una manera artística. Ni las biografías ni la historia hablan de la individualidad de los hombres, sólo dan fechas e ideas. Y lo que le interesa al artista es justamente lo que esquiva toda generalización, lo azaroso, lo raro, las extravagancias humanas. El prólogo del propio Schwob expone claramente esta diferencia y el propósito de su libro.

“Los protagonistas son reales; los hechos pueden ser fabulosos y no pocas veces fantásticos. El sabor peculiar de este volumen está en ese vaivén”, escribió Jorge Luis Borges, que nunca negó la influencia de Vidas imaginarias en su obra, especialmente en Historia universal de la infamia. La definición es precisa. Retratados con una escritura clara y nítida, que deja aparecer la historia de las emociones de los individuos, los protagonistas vivieron en la antigua Grecia (Empédocles, Eróstrato, Crates), en Roma (Lucrecio, Clodia, Petronio), son artistas, personajes históricos o marginales de la Edad Media (Cecco Angiolieri, Paolo Ucello, Nicolas Loyseleur, Katherine la encajera, Alan el gentil), o piratas y filibusteros que surcan el Caribe (El capitán Kid, William Phips, Walter Kennedy, el Mayor Stede Bonnet). Todas las pasiones del lector Schwob están presentes. Pero los conocimientos históricos y la erudición del autor se borran para dejar que se corporicen los personajes y el ambiente en que viven. La forma breve que le pedía el periodismo y una idea de lo poético como síntesis confluyen en la intensidad de estos extractos. La escritura se hace física, sensual, el humor sordo y sutil corre por ríos subterráneos, se celebran las emociones violentas y activas y la muerte pone todos los puntos finales.

Después de Vidas imaginarias, Schwob publicó el cuento La estrella de madera, Spicilège, una recopilación de artículos, y Moeurs des diurnales, una sátira del lenguaje periodístico. Se dedicó más a la traducción y a seguir estudiando a Villon. Tradujo entre otras obras Hamlet y Macbeth, y Moll Flanders, de Daniel Defoe, que hizo conocer en Francia. Siguió leyendo a sus autores preferidos en lengua inglesa, Stevenson, Poe, Withman, Twain y Wilde, de quien era muy amigo. Siguió frecuentando a todo el París literario de fin de siglo. Hizo publicar Ubú rey, de Alfred Jarry, que le está dedicada. Pero la enfermedad y las operaciones lo irían minando. En 1901, acompañado por su secretario chino, se embarcó rumbo a los mares del sur buscando otro aire para su salud y seguir el rastro de Stevenson, que había muerto en Samoa siete años antes. El viaje duró cinco meses y no tuvo los efectos deseados. Pequeña historia quijotesca, como la del Mayor Stede Bonnet, una de las más cómicas de este libro. O como la de Petronio, que “desaprendió completamente el arte de escribir, en cuanto vivió la vida que había imaginado”. En ese movimiento de ida y vuelta constante entre la literatura y la vida, Schwob les dio brillo a las dos. “Aquel que sabe”, como se lo llama en los Almanaques del Padre Ubú, fue fiel a sus pasiones hasta el fin. Cuando murió daba un curso sobre Villon en la École des Hautes Études de París, haciendo confluir el legado de su tío, su amplia cultura histórica y literaria y su afecto por los marginales. Su obra influyó a toda la literatura del siglo XX, desde Apollinaire a Borges, pasando por los surrealistas. Murió en febrero de 1905.

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